sábado, 29 de agosto de 2009

Fragmentos de la novela "Dulce hogar, querido colegio"

Parte del CAPÍTULO I

Esta historia es una secuencia de hechos anecdóticos que podrían invitar a la reflexión. Lo especial que acontecía en mi hogar o en mi colegio era anotado en un dòcil cuaderno que entraba y salía de mi mochila escolar. ¡Oh, mochila! Los estudiantes amamos a esa prenda guardalotodo que se llena y vacía con facilidad, se carga de arriba abajo, y es jorobita de quitaipón que pende de nuestros hombros.Así provisto, y sin detenerme ante lo baladí, registré a vuelapluma mis vivencias juveniles para que no se desvanecieran en el recuerdo como pompas de jabón.
Informaré de inicio que mi hermana y yo sufrimos el duro golpe de perder a nuestro padre siendo aún adolescentes. ¿Triste, verdad? Por esa desventura una nueva vida empezó para nosotros. Lógico, porque toda persona que ha sido cabeza de hogar genera con su partida variantes y reestructuraciones. Mi madre, noble mujer, dio muestras de su abnegación de esposa durante los siete meses que duró la fatal enfermedad. Cuando el deceso y las exequias quedaron atrás, ella, demostrando estoicismo, retomó fuerzas y decidió trabajar en la casa de una familia honorable y adinerada que conocía bien. El tratamiento médico había consumido los ahorros de mis padres, por lo que su labor empezó tan sólo a los veintiún días de realizado el sepelio. Lo positivo fue que gracias a su esfuerzo no hubo en el hogar carencias económicas; y qué bueno que así fue, porque el dinero se hace notar donde llega como diciendo: “Mientras yo no falte, lo demás puede sobrellevarse”.

FLORILEGIOS.

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XIV Pág. 93. Castigando al agresor.

Lo malo fue que una mañana mi hermana me quemó el codo izquierdo con un cucharón caliente. No pienso hasta ahora que haya sido a propósito, pero lo que quema, quema. Mi acto reflejo fue darle un coscorrón y se lo di. Ella hizo entonces gran alharaca magnificando los hechos y mi tío, ahí sí, entró a la cálida habitación de las ollas. ¡Trágame tierra! ¡Voto a Satanás! Al enterarse de lo que había sucedido, meditó quince segundos y me censuró con la seriedad de un varón recio:
─Acabas de pisotear tu hombría. Un hombre de bien, jamás agrede a una mujer.
De pie y cabizbajo, escuché mirándome los zapatos:
─Escribirás en cualquier cuaderno, con buena letra y ahora mismo, cincuenta frases iguales y numeradas que digan: “A la mujer no se le golpea ni con el pétalo de una rosa”.
─¿Cincuenta frases? ─repetí todo cándido.
─Cincuenta y cinco. Será un buen ejercicio para que lo indicado se te grabe para siempre.
El tío, aún enojado, prosiguió:
─Recuerda esto, Sergio: “Se necesitan cien hombres para conformar un batallón, y una sola mujer para constituir un hogar”. Piensa también en lo que decía el poeta Rubén Darío: “Sin la mujer, la vida es pura prosa”.
Mi quejosa hermanita canturrió entonces saliendo de la cocina:
--¡Bien hecho! ¡Por mano larga!
Y este agresor, a regañadientes, buscó un cuaderno para cumplir con la sentencia.

Parte del capítulo XXIII Pág. 150. Un partido amistoso.

A mí no me gusta el fútbol. No me agrada su violencia ni su brusquedad; sin embargo a mis compañeros les apasiona ese deporte. Podrán ellos tener pereza y tedio para estudiar, pero no para jugarlo con gran energía y sumo placer.
El último fin de mes el colegio recibió la invitación de un equipo muy conocido en el distrito. Era para sostener con ellos un partido amistoso. El director informó sobre la propuesta y los estudiantes la aceptaron. El centro de estudios ha ganado buen prestigio en la localidad, por lo que recibe con frecuencia invitaciones a diversos eventos. Llegado el día, asistimos conformando una barra para alentar a nuestros once; hasta se improvisó un grupo de atractivas porristas con pompones y todo. El estadio municipal lució de fiesta. Hubo invitados especiales de terno y corbata que parloteaban sin cesar. Llegó una representación de elegantes damas de la tercera edad. Un órgano electrónico bien ejecutado amenizaba el ambiente con música de moda. Como siempre tarde para sentirse importante, ingresó el alcalde con dos fornidos guardaespaldas. La entrada era libre y, a causa de la gratuidad, el local se vio desde temprano atiborrado de asistentes. Quienes llegaron con retraso se apostaron detrás de los arcos. Antes de que empezara el encuentro los jugadores intercambiaron abrazos y banderines. El astro rey reverberaba iluminándolo todo.
El juego se inició normal, pero concluyó muy mal. ¿El motivo? ¿La razón? Que nuestros rivales deportistas no sabían perder. Con el primer tiempo se vivió el regocijo. La cuenta no se movía del cero a cero por el excelente desempeño de los guardametas. Los veintidós hombres jugaban con evidente esfuerzo sin que variara la cuenta. Las barras gritaban y se contorneaban a más no poder. Iba a finalizar el segundo tiempo. Había tensión general. Yo sentía mariposas en el estómago. Cada vez que nuestros habituales goleadores avanzaban sobre el campo contrario mis manos se convertían en puños. Por la emoción y el suspenso empecé a sudar frío, que es una forma de sudar que hasta ahora no me la explico. De pronto, el árbitro cobró una infracción hecha contra nuestro equipo. Ordenó tiro libre y la mayoría se puso de pie. Nuestro delantero izquierdo disparó con fuerza la pelota y ésta se empotró en la red del arco contrario.
─¡¡Gooool!! ─gritó la mitad de la gente.
─¡¡Cheeess!! ─soltó la otra mitad.
¡Para qué goleamos! Los perdedores reaccionaron mentando la madre a diestra y siniestra. Para no quedar como gallinas nuestros muchachos contestaron con iguales palabrotas. Los del otro equipo se fueron a los empellones. Después a los puntapiés. Los contrarios eran, a todas luces, más groseros, recios y agresivos que los nuestros. Total, que los hinchas invadieron la cancha y la sangre brotó por algunas narices. Hasta la tribuna voló el esférico y como por encanto desapareció. Un juez de línea cayó de bruces sobre el césped y quedó en posición decúbito ventral. Contusos de ambas camisetas se retorcían en el medio campo. A una vendedora de refrescos le arrebataron sus envases y no le dejaron ni chicha ni limonada. A nuestro arquero le taparon un ojo. Porristas de ambos equipos azuzaban la disputa con todo fragor. A un fotógrafo que puso pies en polvorosa le propinaron una zancadilla y le birlaron su herramienta de trabajo. Presas de pánico las ancianitas salieron temblequeando, pero más rápido de lo que se podía suponer. Los invitados especiales se quitaron las corbatas para confundirse entre la muchedumbre y huir. Al alcalde le reventaron un huevo en el occipucio. Al desconcertado músico le patearon el órgano. Y al odiado árbitro, que corría en todas las direcciones, le alcanzaron, le golpearon y a pisoteos le rompieron el pito.
¡Qué

bárbaros! ¿Así son los partidos amistosos? ...A mí no me gusta el fútbol.

LA IMPORTANCIA DEL DICCIONARIO


Una tarde que con mi hermana estábamos haciendo nuestras tareas en la mesa del comedor, mi tío se acercó para curiosear porque estaba desocupado, pensando y caminando por la casa con las manos atrás. De pronto se detuvo al lado de Graciela y le preguntó:
─¿Te molestarías si de vez en cuando te alcanzo una crítica cordial o sugerencia relacionada con tus estudios?
─Ni tonta que fuera, tío.
─Pues la primera es… que escribas con caracteres más grandes y claros; luego, que respetes los márgenes y no invadas hasta el filo la página. El cuaderno de un alumno es la representación de éste. Cualquier profesor podría juzgar cómo eres con sólo darle un vistazo a tu cuaderno. Y no te incomodes con la ayuda que aquí en casa te demos. Se dice con justicia que detrás de un buen estudiante hay una familia que lo apoya.
Siguió paseándose y preguntó:
─¿Cómo pueden ustedes estudiar sin un diccionario al lado? ¿Cómo hacen para saber el significado real de una palabra que está en los textos?
─Es que estoy estudiando Biología ─explicó Graciela
─¿Y eso qué tiene que ver? El diccionario es una herramienta de trabajo para quien estudia cualquier curso y quiere entender bien lo que lee. Igual, si lo que desea es escribir con corrección.
Me paré y fui en busca del modesto diccionario que usábamos. El tío criticó:
─¡Cada uno debe tener su propio diccionario y usarlo al lado siempre! Es negativo aquello de "suponer" significados. Veamos: ¿cómo definen, por ejemplo, la palabra… hum… silla? ¿Qué creen que dice el diccionario de la simple palabra silla, que están ustedes usando y que conocen bien?
─¡Fácil! ─se lanzó mi hermana─: es algo que sirve para sentarse... y así poder comer, estudiar, etcétera.
─Sé más explícita. La palabra "algo" no define nada. Es como si me dijeras que es una "cosa" que sirve para sentarse. Dime: ¿una piedra grande puede ser una silla? Yo podría sentarme en una…
─Es un mueble…
─¡No! ¡Una cama es un mueble y también sirve para sentarse, echarse, saltar y parase en ella!
─¿Un asiento con cuatro patas? ─insistió.
─¡No! ¡Tú te puedes sentar en una mesa que tiene cuatro patas y por eso no se convierte en silla!
─¡Ay, pero ni loca que fuera! ¡Bueno, ya, no sé! ─concluyó renegando─. ¡Me rindo! ¿Puedo ver lo que dice el diccionario de la bendita palabra "silla"?
─Búscala tú misma ─ordenó mi tío─. ¡Y quiero ver cuánto te demoras!
─Ya pues, tío…
Graciela hojeaba el diccionario haciendo ruido y mojándose con saliva la yema de los dedos. Él entonces prorrumpió molesto:
─¿No te han enseñado en el colegio cómo tratar a un libro? ¡Ni siquiera sabes hojearlo! No me digas que ningún profesor se ha tomado un tiempo para enseñar a sus alumnos un conocimiento tan elemental y tan importante. Mucha gente al verte se dirá: "Si así es con un libro, ¡cómo será comiendo!".
─Ya pues, tío…
─¡Nada de "ya pues, tío"! Tu hermano te enseñará ahora mismo cómo hojear y tratar a los libros. Y una vez que lo aprendas, los autorizo a revisar mi diccionario enciclopédico y cuantos ejemplares necesiten. Si yo los tengo, son suyos. Los libros se han hecho para leerse, compartirse y gastarse; no para exhibirse y apolillarse en los anaqueles. Todos mis libros pueden ser revisados por ustedes; el único requisito es que lo hagan con las manos limpias y con cariño. Lo ideal es leer, leer y leer: quien lee conduce, quien no lee, tiene que dejarse conducir. Los libros nos hacen libres. Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma… Leer es el verbo que transforma vidas… ¿Encontraste ya la palabrita esa?
─Ya, tío ─anunció ella y leyó─: "Silla. Asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que sólo cabe una persona".
─Asiento… respaldo… una persona… ¿ya ven? ─observó él─; si una palabra tan simple y doméstica no puede ser definida por ustedes, ¿cuán difícil no les será precisar el significado de otras de mayor erudición? Un diccionario a la mano es la solución inteligente.
Sus palabras nos dejaron pensando y mirándonos de reojo. Desde entonces pusimos en práctica todo lo que nos aconsejó el tío Abel con relación al uso de ese libro y otros en general; y fue también motivo para que mi hermana insistiera con mamá y la hiciera comprar un moderno diccionario para ella solita. Recuerdo que cuando la encontré revisándolo por primera vez me preguntó con seriedad:
─Dante: ¿sabes por qué "todo junto" se escribe separado y por qué "separado" se escribe todo junto?
─No. Todavía no lo hemos estudiado.
─¿Y sabes por qué un perro mueve la cola?
─No ─respondí intrigado y mirando su libro.
─¡Fácil, pues, hermanito! Porque no puede ser al revés. Una simple cola, ¡nunca por nunca podría mover a un perro!
Y cerró el volumen con su clásica sonrisita burlona que sabe bien que me hace renegar.
DE LA ADDENDA:

CUESTIONARIO desordenado y capcioso para verificar la comprensiòn de lectura:

62 ¿A Estrella le gustaba mucho cantar?
63 ¿Qué nos hace pensar un estetoscopio?
64 ¿El mensaje póstumo le sorprendió?
65 ¿Qué final diferente propondría usted?
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Búsquedas amenas. Pág. 189

1.- Los adverbios de modo con el sufijo “-mente” son muy empleados por los escritores: obviamente, cortésmente, fríamente… La novela juvenil “Dulce hogar, querido colegio” se redactó sin incluir tales adverbios. ¿Se puede prescindir de ellos? Parece que sí. Pero, para que haya una amena búsqueda, el autor ha utilizado sólo uno en la obra. ¿Cuál es y en qué parte se le puede ubicar? Busque tranquilamente en el capítulo sexto y sonreirá después.

2.- En narrativa se usa con abundancia el “dije” y el “dijo” antes o después de los parlamentos. En esta novela no figuran tales palabras porque se han usado expresiones afines. Pero, para jugar un poco, se ha colocado un “dije” en el capítulo sexto. Ubíquelo y podrá jactarse de poseer “ojo avizor”.

3.- Hay dos palabras llamadas baúles, comodines o recurrentes porque con ellas se suple términos que es más fácil obviar. Palabras como “cosa” y “algo” abundan en los textos. Aquí sólo aparecen en el capítulo duodécimo porque se ha determinado y puntualizado lo que se deseaba expresar. Fue cosa de trabajar algo más.

4.- En el transcurso de la novela se da buen número de dichos, refranes, pensamientos y aforismos que ilustran mensajes de gran valor. Resalte o subraye tales expresiones que aparecen por lo regular entrecomilladas y téngalas presente sin olvidar en qué libro las leyó.

5.-En la obra hay frases en inglés y en latín que se grafican con letra bastardilla. Traducirlas será provechoso para la buena comprensión de los textos, pero si no acierta con todas ellas no se preocupe: “Errare humánum est”. Okey?

6.- Hay en la novela una palabra mal escrita debido a que se han trastrocado o alterado dos consonantes de su estructura real. Le agradará descubrirla, subrayarla y comentar su hallazgo. La observará en el capítulo undécimo y desde luego que fue colocada ex profeso.

Jorge Castillo Zubiaga.
MUESTRAS DE OTROS LIBROS DEL MISMO AUTOR:
PRESIONAR EN "ENTRADAS ANTIGUAS" (DERECHA)

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